Hermanas de María
de Schoenstatt

Testimonio: Hna. María Pilar

Recordar el camino de la propia vocación es volver a hacerse consciente del misterio de la elección y del amor de Dios hacia uno. En mi caso, es volver a mis años de adolescencia, cuando esa vocación fue madurando y transformándose en un llamado que no podía desoir. ¿Es Él, soy yo? Me preguntaba a veces cuando buscaba distinguir si era una idea que a mí se me había ocurrido, o era realmente un llamado de Dios. El signo definitivo de que era algo en serio fue el hecho de que ese anhelo profundo se había instalado en mi alma y crecía cada vez más. Recuerdo cuando una tarde, rezando en mi habitación, luego de haber sellado mi Alianza de amor con María, le dije a Ella que me había conquistado totalmente el corazón y que yo no podría dedicarme a otra cosa que no fuera su obra, su reino. En mi oración de Alianza de amor le había pedido a Ella que me concediera la gracia de descubrir lo que Dios quería para mi vida y me ayudara a responder con generosidad a lo que Él me pidiera. Por eso puedo decir que fue María quien me enseñó a escuchar y a decir sí. Y a la vez, llenó mi corazón de alegría por ese llamado, y de anhelo por seguirlo, de modo que, si bien tuve que renunciar a muchas cosas hermosas por él, el gozo por lo que abrazaba era mucho más grande y nunca sentí tristeza por lo que dejaba. Lo recobré centuplicado, como dice Jesús cuando Pedro le pregunta qué les espera a los que lo dejaron todo por Él. Dios me regaló muchísimo en mi vida: padres y un hermano maravillosos, hermosas amistades, a todos los quiero cada vez más y sigo muy unida a ellos. Pero además, al seguirlo en la vida consagrada, me dio padres espirituales, hermanas de comunidad, hijos espirituales fruto de mi trabajo apostólico por el Reino, y sobre todo, a Jesús, a quien le regalé todo mi ser, a quien sigo en la fe y en el amor, a veces entre nieblas, a veces en una gran luz, y a quien le pido la gracia de que mi voluntad le pertenezca cada vez más.

Es maravilloso volver a recorrer la propia historia, verme como una chica de 18 años que daba mi sí a Dios, de la mano de María, creyendo que había comprendido lo que era consagrarme a Él. Este verano celebré junto con mis hermanas de curso los 25 años de nuestro primer contrato con la Familia de las Hermanas de María. Fueron unas semanas de encuentro y de renovación espiritual en las que en comunidad, y también cada una personalmente pudimos renovarnos en la gracia de la vocación. En los días de retiro que vivimos, experimenté que el amor y el llamado de Dios, son siempre novedad, tienen una dinámica increíble. La fidelidad no es sólo permanecer, es crecer permanentemente a nuevas posibilidades, nuevos horizontes, nuevos descubrimientos de lo mismo, de lo que se ha elegido, pero verlo cada vez con más plenitud. Es como un pozo en el que se ahonda y de donde se puede sacar cada vez más agua. Cuando se va descubriendo lo que Dios regala en esas horas de gracia, se tiene la sensación de que, al principio, uno no había entendido nada. Pero Dios se valió de mi sí adolescente y se vale hoy de mi sí adulto para hacer en mí la obra que sólo Él comprende, ya que su amor y su elección, es siempre misterio.

Mi testimonio es sólo dar gracias a Dios porque me condujo a través de tantos instrumentos y circunstancias, al lugar donde estoy, a ser María hoy, en medio del mundo, a ser Hermana de María de Schoenstatt.