MisiónEsta espiritualidad nacida de la Alianza de Amor dio origen a un Movimiento de la Iglesia Católica, que aspira a contribuir a la renovación religiosa y moral del mundo. Lo hace en especial, por medio de tres fines específicos: 1. La formación del hombre nuevo en la comunidad nueva, ambos impulsados por la fuerza fundamental del amor. El hombre nuevo es “la personalidad autónoma, de gran interioridad, con una voluntad y disposición permanente a autodecidirse, responsable ante su propia conciencia e interiormente libre, que se aleja tanto de una rígida esclavitud a las formas, como de una arbitrariedad que no conoce normas” (P. J. Kentenich). Esta personalidad es la contrapartida al hombre sin yo, despersonalizado y atomizado interiormente. El Padre Kentenich también definió al hombre nuevo como “el hombre profundamente filial, capaz de establecer vínculos personales y personalizantes con Dios, con las personas, con las cosas y el trabajo”. Esta personalidad supera al hombre herido y enfermo en su capacidad de dar y recibir amor. La esencia de la comunidad nueva consiste en que las personas que la conforman viven la una en, con y para la otra; en que el lazo del amor que las une, les lleva a sentirse, de forma profunda y solidaria, responsables las unas de las otras. Es la comunidad animada por el vínculo del amor que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones, que vence tanto el individualismo como la masificación. 2. El segundo fin de Schoenstatt es el rescate de la misión que en la historia recibió Occidente para la salvación. Con esta expresión, el Padre Kentenich se refería a dos cosas: Primero, rescatar el impulso misionero y apostólico que asumió Occidente luego del envío que hizo el Señor a sus discípulos a evangelizar a todos los pueblos. Schoenstatt se siente llamado a avivar y dinamizar la conciencia de misión y el compromiso evangelizador. Y segundo, encarnar y proclamar la armonía de lo sobrenatural y lo natural, de la gracia y la naturaleza, de la fe y la vida, de la cultura y el Evangelio. En Occidente, el pensamiento cristiano desarrolló una visión particularmente orgánica de la realidad, es decir, destacó la armonía entre lo sobrenatural y lo natural, que permite una integración de los valores cristianos en la cultura de cada país. La espiritualidad y pedagogía de Schoenstatt quieren asegurar y posibilitar un tipo de persona capaz de conquistar esta síntesis vital entre fe y vida, entre naturaleza y gracia. En otras palabras, una persona de un pensar, amar y vivir orgánicos, que sabe unir las diversas dimensiones de su vida y crear vínculos sanos y profundos con Dios, con los hombres, con su trabajo y con las cosas. De este modo, la Iglesia, como presencia viva de Cristo, es alma del mundo, la que ofrece al hombre de hoy un sentido último y definitivo para su vida, por medio del amor. 3. El tercer fin de Schoenstatt es la Confederación Apostólica Universal. Consiste en promover la unión de las fuerzas apostólicas –en el ámbito parroquial, diocesano, nacional e internacional–, en todos los campos, para afrontar en común el desafío y la tarea evangelizadora que presenta a la Iglesia la realidad actual. Cada comunidad debe aportar a esta Confederación su riqueza y carisma propios, para que se produzca así la unidad en la pluralidad y, a la vez, se potencie la eficacia y fecundidad del apostolado. Esta finalidad la asumió el Padre Kentenich de san Vicente Pallotti, pionero del apostolado de los laicos y fundador de la Sociedad del Apostolado Católico. Schoenstatt hizo suyas, creadoramente, la idea y la misión de san Vicente Pallotti, confiando en la Alianza de Amor con María en su Santuario, que es ofrecida como núcleo de unidad espiritual de la Confederación. |